Premio otorgado en lengua gallega
Segunda clasificada en la modalidad de narrativa y en la categoría de hasta 13 años,
en el XV Certame Literario de narrativa e poesía do Concello de Ames,
con el cuento:
Mi árbol bombero
Los premios se entregaron el día 16 de mayo del 2018 en la
Casa da Cultura do Milladoiro
http://www.concellodeames.gal/nova.php?noticia=16496&idioma=gl&sec=32
http://www.concellodeames.gal/media/documentos/premiad@s_certame_literario_2018.pdf
Hace mucho tiempo en una mañana de calor, un padre y una madre plantaron un joven roble en el jardín de su casa. Cerca de ellos, durmiendo tranquilamente en su carrito de bebé, se encontraba un pequeño niño que tenía tan solo un día.
De este modo el árbol y el niño nacieron en la misma fecha, en el 21 de agosto del 2003.
El niño y el roble crecieron sanos y fuertes. Todos los cumpleaños del niño se celebraban bajo la sombra de aquel árbol tan especial que cumplía años al igual que él. Y cuando todos los amigos y familiares marchaban de la casa, ya hacía el atardecer, los tres miembros de la familia se colocaban junto al árbol y hacían una fotografía los cuatro juntos para tener un recuerdo de aquel gran cumpleaños.
Al niño le encantaba jugar al fútbol en el jardín, siempre al lado de su amigo roble.
Cuando por fin aprendió a leer, pasaba las tardes enteras sentado bajo la sombra del árbol con la espalda apoyada en su tronco rugoso y con un libro en sus manos.
El niño y el árbol crecieron juntos, aprendieron juntos y se protegieron el uno al otro.
En un día que parecía igual que otro cualquiera, el calor propio del mes de agosto lo inundaba todo. El niño que ahora ya era un chico, cumplía los 14, al igual que el roble.
El despertador sonó como todos los días a las ocho, pero Raúl ya hacía mucho tiempo que estaba despierto. Con cuidado puso sus tenis y sin hacer ruido salió al jardín. Y cuando llegó al lado de su árbol gritó alegremente:
–¡Felicidades!
El árbol movió sus hojas provocando un agradable sonido. Era su forma de saludar, aunque Raúl siempre había pensado que era el viento el que producía ese movimiento.
«Gracias y felicidades a ti también» –intentó decir el roble, pero igual que todos los días no consiguió hablar.
El niño quedó contento igual, él sabía que el árbol no podía contestar, era algo imposible, pero le gustaba hablar con él, a veces creía que lo podía entender mejor que nadie.
Después de una larga conversación entre el niño y el árbol, los padres de Raúl salieron al jardín en su busca.
Como siempre lo encontraron bajo la sombra del roble.
–Qué mayor es ya nuestro niño –dijo la madre de Raúl con cariño.
–Y también lo es el gran roble –contestó su padre–. Felicidades a los dos.
El niño y el árbol les dieron las gracias a sus padres aunque al roble nadie lo escuchó.
–Vamos. Dentro tenemos una sorpresa esperando –habló la madre de Raúl.
Él se levantó de la suave y verde hierba, caminó al lado de sus padres y pronto desaparecieron detrás de la puerta principal de la casa.
El árbol mientras tanto intentaba caminar y seguir a su familia pero sus raíces se negaban a salir de la tierra.
El niño y sus padres echaron mucho tiempo dentro de la casa y el árbol preocupado, por si había pasado algo, movía sus ramas bruscamente.
Raúl y el roble siempre pasaban sus cumpleaños juntos y aquello de encontrarse solo en medio del jardín le resultaba raro.
Pasaron las horas y el niño seguía dentro de la casa, el calor cada vez iba a más y el viento era muy fuerte. El árbol sin perder la esperanza de que su amigo volviera a su lado, esperó tranquilamente acechando desde lejos entre las cortinas que cubrían la ventana del salón.
La noche lo cubrió todo y el árbol comenzó a entender que hoy no volvería a ver a su amigo. Entonces de repente la luz de la habitación de Raúl se encendió y las cortinas que no dejaban mirar el interior se abrieron al igual que la ventana. Raúl se asomó y gritó bien fuerte para que el árbol lo escuchara:
–¡Siento no haber estado contigo hoy! –hizo una pequeña pausa para coger aire y poder gritar aun más fuerte–. ¡Buenas noches amigo mío!
El roble movió las ramas muy alegre, no se había olvidado de él –pensaba el árbol–, y aun lo quería como antes.
Lleno de pensamientos hermosos el árbol quedó dormido igual que Raúl.
La calma de la noche no duró mucho, fue interrumpida por una gran tragedia.
El árbol despertó y se dio cuenta de que el fuego lo había invadido todo, las llamas rojas quemaban al resto de los árboles que se encontraban en el pequeño bosque cercano, pronto el calor y el color rojo del fuego acabaría con él y con la casa donde vivía su familia.
El roble agitó las ramas muy fuerte lanzando bellotas contra el suelo, pero era imposible avisar a Raúl y a sus padres de aquel gran desastre. Intentó moverse y andar hacia la casa, abrir la ventana y avisar a su amigo pero era una misión imposible. En ese momento maldijo tener que ser un árbol.
Las llamas ya habían entrado en el jardín quemando a todas las plantas y flores, el árbol y la casa estaban rodeados por el humo.
El roble quedó inmóvil y rogó por un milagro. Ya podía sentir el calor de las llamas en sus hojas, ya no se podía hacer nada más. Con las últimas fuerzas que le quedaban comenzó a mover sus raíces entre la tierra y pronto pudo liberarse del suelo. Comenzó a andar, torpe al principio, pero cada vez con más agilidad hasta que llegó al lado de la casa. Allí se quedó quieto y se volvió a unir a la tierra, sus ramas cubrieron la casa y las hojas verdes protegieron a su familia de las llamas. El fuego pasó velozmente por el árbol quemándole la corteza y las hojas más jóvenes, pero eso no fue nada con tal de haber protegido a su hermano y a sus padres.