(Premio otorgado al relato en lengua gallega)
1º premio en la categoría infantil y modalidade de relato, en el XI Certame Literario “Terras de Chamoso” con fecha 16 de deciembre del 2017, convocado por la Asociación Cultural Arumes do Corgo, con mi relato: “Carmen, a esperanza de dona Gloria”.
Formando parte del jurado:
Xurxo Xosé Rodríguez Lozano
Xosé Manuel Castro Castedo
Dna. Ánxela Gracián
Carlos Coira Nieto
Mario Outeiro Iglesias
Ejerciendo de secretaria del jurado, sin voto, la presidenta de la A.C. Arumes do Corgo Dna. Josefa González Díaz.
Colaborando con el jurado:
Dna. Mª Consuelo Vázquez Castro
D. Manuel Fernández López
Vivía en una pequeña aldea, rodeada de bosque por todos los rincones. La ciudad más próxima se encontraba a treinta minutos a pie.
En el siglo XX, a mediados de diciembre del año 1964, nació Carmen. Era la última de cinco hermanos: Antonio, María, Manuel y José; hijos de una costurera, la mejor del pueblo. Tengo que decir que su padre era maestro de escuela, pero hacía mucho tiempo que no ejercía.
En el día del nacimiento de la pequeña hacía mucho frío. Nada más nacer comenzó a reír, los copos de nieve comenzaron a caer y así la familia Castro dio la bienvenida a un largo invierno.
Carmen era rubia y de ojos claros, al contrario que todo el resto de la familia. Su padre siempre le decía que era el claro retrato de su difunta bisabuela, tenía la piel clara y sus mofletes siempre estaban encarnados. Desde pequeña rebosó siempre alegría y era la alegría de todo el pueblo.
Carmen fue cumpliendo años, siempre con su gran sonrisa, siempre llena de vida y felicidad y, cada vez más hermosa.
Cuando cumplió los seis años comenzó en la escuela, una pequeña y vieja escuela con pocos alumnos pero en la que podría aprender, su padre no lo dudaba, después de tantos años aun confiaba plenamente en sus antiguos compañeros de trabajo.
La pequeña el primer día, fue con sus dos hermanos mayores hasta la escuela. Antonio y María ya no estudiaban, ellos ayudaban en las labores del campo y de la casa.
Carmen caminaba alegremente con su nuevo vestido que le hiciera su madre, mientras que Manuel y José caminaban detrás de ella mirándola con cariño y bromeando entre ellos.
Cuando llegaron a la escuela se tuvieron que separar, se tenían que colocar en ringleras según su edad y poco a poco fueron entrando en el edificio y dirigiéndose a sus respectivas aulas. Ya en la clase todos se sentaron en los pupitres y aguardaron hasta que llegó su maestra, y cuando entró todas las alumnas se pusieron en pie. Vestía una gran falda que le llegaba hasta los tobillos, era de color caramelo y con una puntilla blanca, a Carmen le sonaba aquella falda seguro que se la había comprado a su madre. Levaba también una blusa blanca y de un pequeño bolsillo de la falda, asomaban una tiza y una pluma. Su pelo largo lo llevaba recogido en un moño muy bien hecho.
La profesora se presentó y pasó lista, después como siempre se hacía, dijimos la oración del día y comenzamos a dar clase sin prisa pero sin pausa.
A Carmen todo lo que le contaba doña Gloria y todo lo que ponía en la enciclopedia le parecía muy interesante, aunque casi no sabía leer alguna cosa todavía entendía gracias a la ayuda de su hermano Antonio, que le había enseñado durante el verano.
Después de mucho aprender los alumnos salieron al recreo, a un pequeño patio dividido por una raya marcada en el suelo, en un lado jugaban las niñas y al otro los niños.
Carmen y sus compañeras se sentaron a la sombra de unos árboles y comenzaron a jugar con sus muñecas de trapo. Carmen estaba orgullosa de la suya, la hiciera con pequeños retales que no le servían a su madre y, poco a poco había conseguido acabarla. Había intentado hacerla parecida a si misma, pero se había olvidado de hacerle el lunar que ella tenía en su mano izquierda.
Cuando ya llevaban un tiempo jugando, Carmen observó a doña Gloria en la entrada al colegio, la estaba llamando, le hacía un gesto con la mano para que se acercara. Carmen cogió su muñeca y se levantó, caminó despacio hacia su maestra y cuando ya estuvo a su lado ella la invitó a pasar a clase.
Ya en la clase la maestra le dijo a Carmen que se sentara y ella obedeció. Doña Gloria se acercó y se quedó a su lado sin hablar, solo se escuchaba su respiración, cogió aire y entonces comenzó a hablar–: Umm… no sé como decir esto, pero creo que tú eres especial, que eres diferente al resto de las niñas. Tú vas a cambiar aunque solo sea un poco este pueblo, te lo aseguro, yo confío en ti.
Doña Gloria se calló un instante, como revisando todo lo que acababa de decir.
–Sí, por supuesto, tú lo conseguirás –volvió a repetir convenciéndose a si misma–. Sígueme Carmen, si haces el favor.
La maestra se movía con agilidad por los pasillos de la escuela. Carmen intentaba seguirla lo mejor que podía, pero no conseguía coger su ritmo. Doña Gloria por fin se paró, de repente, sin previo aviso y, Carmen quedó quieta a su lado delante de un gran espejo.
–Este espejo es una puerta a un mundo diferente y casi igual al mismo tiempo. Este espejo conseguirá abrirte los ojos en el otro lado. Tú tendrás que ayudar a cambiar a la gente, sé que es una tarea difícil, que mucha gente no lo conseguiría, pero tú lo conseguirás.
Carmen dio un paso hacia el espejo.
–Estoy preparada –dijo, y le dedicó una hermosa sonrisa a doña Gloria–. Hasta pronto.
Se despidió y atravesó el cristal en el que se reflejaba su imagen. Entonces apareció en el mismo lugar que antes: en el pasillo. Allí seguía su maestra, exactamente igual que antes, pero había algo distinto, ahora todo estaba en blanco y negro, igual que en las fotografías de los periódicos.
–¿Notas alguna diferencia? –le preguntó doña Gloria a Carmen.
–Por supuesto –contestó asombrada.
–Cada vez que ayudes a alguien a ser mejor, esa persona se llenará de color. Cuando creas que tu trabajo se acabó, solo tienes que volver a esta escuela, a este pasillo y atravesar el espejo. Cuando lo hagas ya no podrás volver a pasar por él nunca más y, tú, como hice yo tendrás que encontrar a otra persona que llene de color este pueblo. Al acabar de hablar se despidió de Carmen y marchó.
–Gracias doña Gloria –dijo ella cuando su maestra estaba a unos metros de distancia.
–Gracias a ti, Carmen –pareció decir la maestra.
Y entonces su vestido comenzó a llenarse de color, tal como ella la recordaba.
Carmen salió al patio, todo estaba en blanco y negro: los niños, las niñas, los maestros, los juguetes… Sacó de su cartera su muñeca, también estaba gris, a Carmen no le gustaba aquel mundo tan triste, tampoco le gustaba así su muñeca, ya no se parecía a ella, ya no tenía el cabello rubio, ni los ojos del mismo color que los suyos. Con cuidado, Carmen le arregló el vestido y le peinó el pelo gris hecho con hilo de lana. Poco a poco la muñeca de trapo se llenó de color y volvió a ser la muñeca más hermosa de todo el pueblo.
Después sonó la campana para que todos los niños y niñas regresaran a clase. Carmen y sus compañeras fueron las primeras en llegar a su aula, se sentaron y aguardaron a que llegaran el resto de las niñas. Cuando ya estaban todas entró por la puerta un maestro que no conocían.
–Buenos días. Yo soy don Ricardo, y sustituiré a doña Gloria hasta que regrese a la escuela.
Pasaron las clases, los días y los meses y doña Gloria nunca volvió. Todo el pueblo le preguntaba porqué dejara la escuela, así de un día para otro, tan repentinamente y, ella siempre contestaba lo mismo.
–Ya llevo muchos años trabajando en esa escuela, ya hice todo lo que pude. Ahora les toca a otros hacer mi trabajo.
Carmen era la única que sabía lo que en realidad significaban esas palabras. Y feliz como siempre, fue pintando poco a poco aquella pequeña aldea rodeada de bosque por todos los rincones.