Amores marineros

ComarcasnaREDE – 27 de julio del 2017
27/07/2017
OR.PA.GU. – 30 de julio del 2017
30/07/2017

Amores marineros

(Premio otorgado al relato en lengua gallega)

Relato ganador en el II Concurso de Relatos da Festa do Peixe Espada «HOMES E MULLERES DO MAR», organizado por OR.PA.GU. (Organización de Palangreiros Guardeses). Obteniendo la puntuación más alta tras la valoración del jurado compuesto por: Iria Misa, Ledicia Costas y Diego Giráldez. Entrega de premios el 28 de julio del 2017.

Amores marineros

 

Yo quise volar, como las gaviotas en el puerto. Yo quise navegar, por mares y océanos. Yo quise hacerme ver, como el faro en el acantilado. Yo quise ser libre, como los peces de los mares, pero sobre todo, yo la quise a ella.

Yo era un marinero, mi barco era pequeño pero fuerte, me encantaba navegar, era algo que no se podía explicar, me sentía bien, libre, sin preocupaciones. El mar era mi hogar, el único lugar donde quería estar, hasta que la conocí.

Ella era una chica hermosa de cabello negro y rizo, muy inteligente y espontánea, aun recuerdo hoy como me enamoré.

Bajaba de mi barco, hacía dos semanas que estaba en alta mar, era casi de noche, el sol empezaba a desaparecer y ella caminaba por la playa, casi desierta.

Me enamoré nada más verla era como una hermosa sirena, me acerqué y empezamos a hablar.

Fuimos felices hasta que decidimos ir a vivir a donde ella había nacido, una aldea hermosa, pero sin algo muy importante para mí, el mar. En ella solo había cuatro casas, una iglesia y campos y más campos. Me costara mucho trabajo dejar mi pequeño barco, lo dejé a buen recaudo, eso sí, pero lo echaría de menos. Fuimos a vivir algunos años a su aldea, en el lugar donde ella era feliz, donde ella estaba a gusto, pero yo notaba que algo faltaba en mi interior.

Después de varios años sin ver el mar, fuimos una temporada a casa de mis padres. Por fin volví a ver mi tan querido hogar. Volví a ver las olas, las gaviotas, las barcas en la playa…

Al segundo día fui a ver al hombre a quien le dejara mi barco. Un hombre de barba blanca y crespa, muy fuerte y un buen marinero. Me contó que en un día de temporal en que el mar estaba picado y volvía de pescar, cuando ya divisaba el faro, una gran ola pasó por encima de él y del barco, él tuvo suerte, pero no podía decir lo mismo sobre el barco.

Me costó mucho asumir que mi querido barco ya no estaba.

Al tercer día fui a la taberna a la que acostumbraba a ir cuando aun vivía allí. Me encontré con viejos compañeros marineros, pasamos un buen rato. Por un momento olvidé que aquello iba a tener un fin, que dentro de pocos días volveríamos a nuestra casa, pero no a mi hogar.

En ese mismo día, cuando el sol empezaba a desaparecer, fuimos a la playa, a la misma playa donde nos conocimos. Estuvimos allí hasta que se hizo de noche, todo aquello nos hizo muy felices. Recordé todos los buenos momentos en aquel pueblo costero, no quería volver a la aldea donde vivíamos ahora, no quería tener que volver a dejar el mar atrás.

Al día siguiente, muy temprano, desperté y fui en busca de una barca. Me vendieron una que no estaba en muy buen estado, necesitaría unos retoques. Trabajé en ella hasta que el reloj de la iglesia dio las nueve. Entonces la dejé en la playa y volví a casa.

Durante todo el día no le conté nada, no quería que supiera que tenía una barca. No sé si fue por miedo o por sorprenderla, solo sabía que las cosas irían mejor si no se lo contaba, no tenía porque ocultárselo para siempre, solo esperaría algunos días para decírselo.

Después de varios días trabajando en ella, quedó como nueva. Ese mismo día, por la noche, marcharíamos otra vez a la aldea, a nuestra casa rodeada de campos y cuatro casas, sin mar a kilómetros de distancia.

Pasó el tiempo y el sol desapareció, íbamos caminando; ella buscando un taxi, yo cruzando los dedos para no encontrar ninguno hasta llegar a la playa. Y justo cuando ella distinguió a lo lejos sus rayas blancas y rojas de uno, yo la cogí de la mano y la llevé hasta la orilla del mar, al lado de mi barca.

Me preguntó que hacíamos allí. Yo no le contesté, solo comencé a empujar la barca hacia el mar, después, la invité a subir y comenzamos a navegar. Todo era muy hermoso, la luna y las estrellas brillaban en el cielo y se reflejaban también en el mar. Su cabello negro se perdía en la noche y sus ojos, brillaban como luceros. Ella era feliz, y yo también.

Cuando llegamos al faro paré de remar y comencé a hablar. Le conté que no quería volver a la aldea, no por ahora, necesitaba pasar unos días más en la costa, en el mar. No estaba preparado para volver a dejar el mar atrás. Los dos hablamos y decidimos que ella marcharía a la aldea y yo quedaría un poco más en la costa.

–No tardaré mucho, una semana nada más –dije yo.

Y me contestó–: Tarda lo que quieras. Yo te esperaré siempre.

Y así fue, al día siguiente ella volvió a la aldea y yo quedé en el pueblo. Decidí embarcarme, y con mi barca surqué el mar guiándome con una vieja brújula de bolsillo que heredara de mi abuelo. Sabía la ruta de memoria, tardaría aun algunas horas en llegar, pero no me importaba, yo solo quería volver a pisar mi isla.

«Tierra a la vista» –pensé nada más ver la tan deseada isla–. No dejaba de ser un niño, un pequeño tripulante. En mi mente aun seguían los recuerdos felices, aun recordaba a mi abuelo remando para llevarme a la isla cuando yo era muy pequeño, aun recordaba sus brazos huesudos y débiles remando mejor que nadie. Su edad no era impedimento ninguno. Como me gustaría volver a verlo, aunque solo fuera una vez.

Varé en la playa que tantas veces había pisado, y en la que tantas alegrías y penas había vivido. No recordaba aquella brisa de verano, ni tampoco el sonido de los pájaros. La playa seguía como siempre, desierta. Esa isla era el lugar donde iba cuando quería estar solo, en ella la tranquilidad me invadía.

Caminé hasta llegar a la pequeña casita que construyera mi abuelo. Dentro todo seguía igual que siempre. Quedaría allí por unos días, después volvería a tierra firme, a la aldea a junto de mi amada.

La primera noche en la isla no pude dormir, me fue imposible, notaba que me faltaba algo. Me puse a darle vueltas sobre lo que hacer, no quería volver a la aldea, pero allí estaba la persona que robara mi corazón, quería seguir allí en la isla; pero al mismo tiempo tenía a mi abuelo muy presente en mi mente, y eso hacía que una y otra vez me preguntara por qué se tuviera que ir.

En los días siguientes las cosas no mejoraron, incluso empeoraron. Descubriera viejos documentos en el escritorio de mi abuelo. En ellos tenía apuntadas muchísimas cosas sobre la isla. Todas las especies de aves que encontrara, cuando eran las precipitaciones más abundantes, los cambios de las mareas… Y entre papeles y polvo, encontré algo terrible. En una vieja libreta con todas sus hojas sueltas y roídas por la polilla, encontré unas anotaciones de mi abuelo, y junto a ellas un calendario dibujado a mano con una fecha marcada en rojo. Comprobé con espanto que en ese día habría una de las mayores mareas vivas que inundaría toda la isla. Faltaban solo tres días para el día señalado, en solo tres días desaparecería todo, tenía setenta y dos horas para despedirme. Eso era muy poco tiempo para asumir que tantos momentos se hundirían con ella, no podría soportarlo, sería demasiado triste.

Pasaron los días y llegó el momento de salir de la isla y ver como era engullida por las aguas. Después de pocas horas volvería a bajar la marea y la pequeña isla volvería a existir, pero los momentos vividos y los pequeños recuerdos que no flotan, quedarían en el fondo del mar para siempre.

Subí a mi barca y quedé en ella viendo como el agua subía poco a poco, pero sin pausa.

Cuando la isla casi no se miraba, noté como la barca se bamboleaba, me giré pero detrás de mi no encontré a nadie. Entonces escuché una voz que reconocí al instante, una voz que llevaba mucho tiempo sin oír, pero aun así, supe que quien me hablaba era mi difunto abuelo.

–¡Ah del barco pequeño marinero! –dijo él con su voz ronca pero cariñosa al mismo tiempo–. No perdamos más tiempo. ¡Rema, rema!

Yo miré hacia la isla que desaparecía.

–No te preocupes por la vieja isla, no le pasará nada. Cuantas veces la marea la engulló, y ella volvió a aparecer tan hermosa como siempre.

Mi abuelo sabía de lo que hablaba, yo confiaba en él no me mentiría.

–Tienes razón abuelo, nuestra isla estará bien.

–¡Por las barbas de Neptuno! Pues claro que estará bien. Venga marinero rema, no hay tiempo para pararse ahora con largas explicaciones. Pon rumbo al puerto y rápido.

Remé como hacía mucho tiempo no remaba. Fue una sensación que no recordaba, la de estar yo y mi abuelo, los dos solos en medio del mar. Él también remaba, como siempre parecía que no le costaba trabajo ninguno, con su normal tranquilidad. Aquel era mi abuelo, quería decirlo, quería gritarlo, que todo el mundo se enterara. Estaba orgulloso de ser su nieto y, quería que él también estuviera orgulloso de mí.

En un momento no pude soportarlo más y grité con todas mis fuerzas–: ¡Te quiero y no quiero que vuelvas a marchar!

Entonces comencé a llorar, las lágrimas salían de mis ojos, resbalaban por mis mejillas y caían en el inmenso mar azul, mezclándose con su agua salada y perdiéndose para siempre en aquellas aguas incontrolables.

–No llores marinero. ¿Quieres hacer que el mar crezca todavía más? No puedo quedar aquí, y no se puede hacer nada. Pero tienes que volver a la aldea, al lado de tu amada, ella te espera y cuenta contigo. Pronto seré bisabuelo, tendréis un hijo, quiero que no te preocupes por mí, solo preocúpate por él, será un buen marinero, te lo aseguro. Solo te pido un favor, que el pequeño se llame como yo –terminó de hablar mi abuelo.

–Te lo prometo –dije yo secándome las lágrimas con las mangas de la camisa.

–Ahora rema hasta llegar a tierra firme, no pierdas el tiempo y vete a junto de tu familia –dijo él. Y desapareció.

Y volé como las gaviotas en el puerto. Navegué por mares y océanos. Me hice ver como el faro en el acantilado. Fui libre como los peces de los mares, pero sobre todo y ante todo, los quise a ellos.

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